Desde hace varios años (1995 creo) mi comunicación escrita es fundamentalmente a través de email. desde el año 2000 mi fotografía es mayoritariamente digital. Mi calendario, ayuda de memoria, lista de artículos de investigación, cálculos varios, etc. Todo es teclado, pantallas y botones.
Es extraño, pero después de todo este tiempo la mayoría (o, quizás, todas) las interacciones aún tienen vestigios análogos. Una de mis cámaras digitales hace un sonido falso de obturador, el ícono para grabar todavía luce como un diskette, mis tareas aparecen con una raya cruzada al completarlas, al vaciar el reciclado del computador suena como una picadora de papeles; suma y sigue. Es un sucedáneo digital de un mundo análogo, de valores intermedios, de cosas que pueden ser o no ser, que son difíciles de capturar con unos y ceros.
En vista de la situación, he comenzado un regreso a tiempos más sencillos. Mi agenda es nuevamente de papel y nunca se queda sin baterías. Sí, aún ingreso mis compromisos en un calendario electrónico, pero solamente como respaldo, en caso de perder mi agenda. Cuando quiero escribir algo interesante muchas veces recurro ahora a una pluma fuente: tiene una gracia aún no atrapada por lo digital. Estoy en el proceso de resucitar mi antigua Pentax MX — el fotómetro pasó a mejor vida — y buscando una ampliadora barata. La fotografía digital no es lo mismo: falta el elemento sorpresa y me he vuelto más descuidado al componer. Es más fácil sacar muchas fotos, borrar las que no sirvan y usar un editor de gráficos para mejorar, corregir y pulir.
No se trata de oponerse a la tecnología, pues todavía paso gran parte de mi tiempo en frente de un computador. Sin embargo el tiempo libre, ese tiempo que es solo mío, es análogo, porque el placer está en la infinita variación de las cosas pequeñas.
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