Unos dias atrás fui contactado por alguien que quería saber
de la ‘interesante’ experiencia de Nueva Zelandia en la interacción
entre industria forestal y los indígenas.
¿Revelación o revolución? Tierra, tierra; el centro de la disputa. Bueno, aquí devolvimos parte de la tierra. El conflicto es a una escala totalmente diferente, porque cedimos.
Uno puede seguir buscándole las cinco patas al gato, buscando teorías
de quién puede estar atrás de todo. Sin embargo, quizás todo es más
simple: hay que dar algo, devolver parte de la tierra.
No soy fanático de la pelota, ni de la cueca (que me patea el hígado)
y el vino con Coca Cola (sí, el nunca bien ponderado ‘jote’) causa
estragos en mi digestión. Quizás es más fácil partir así, definiendo lo
que no soy o no me acomoda. Definición por negación, aunque
multiplicando por menos uno no da el resultado apropiado.
Entre mis obsesiones están la lectura, entender la complejidad de modelos lineales mixtos, andar en bicicleta cuando hay buen tiempo, un buen solo de guitarra (como ‘Eruption’, que escupen los audífonos en este momento), capturar imágenes y torcer tradiciones. ¿Ves? Nada muy personal; uno puede escribir miles de palabras sin mencionar el nombre de la mascota o mi café favorito.
Pero el tema de hoy es la memoria. ¿Cuánto puede uno crecer sin aceptar la memoria? Personalmente puedo negar lo que pasó (o no) pero igual ocurrió. No estoy hablando de nada en particular, sino que de X. Si X sucedió, X es parte de mi memoria. Como país ignoramos a conveniencia: matamos a los Selk’nam y pagamos por oreja; torturamos a ese tipo que camina ahí, por la vereda del frente, que insiste en que las empanadas no quedan bien con horno eléctrico; vendemos aire envenenado de Mayo a Septiembre, especialmente a los que menos tienen para pagar.
De repente hay una voz. Y nos quedamos en silencio. Una y otra vez.
¿Qué pasaría si no pudieramos olvidar? ¿Sería (in)tolerable? Entre
mis obsesiones también está la memoria, o falta de ella, y cómo afecta
lo que pensamos y sentimos y hacemos. El lenguaje de la memoria, el
lenguaje de la negación. Noooo. ¿Cuándo? El uso del reflexivo: se cayó,
se quebró, se murió. La incoherencia de la memoria selectiva.
Mea culpa. Quiero recordar. Absolve, Domine, por la falta de memoria.
‘Vida siempre’ reverbera en los audífonos,
majestuosa, violando las restricciones de MP3. Me tuerces, me llamas
hasta que no siento nada.
En este invierno que se avecina imparable, la música es lo único que
se mueve en el estacionamiento frente a mi oficina. Las hojas caen
lentamente, trastocando la imágen: frame by frame.
El lenguaje muta en mi cabeza (’oración derredor de luz’) y—quién
diría—escoger palabras cuesta, switching languages, switching songs. Es
jazz, es rock, es tango, no te vayas por favor. Y los teclados de Leo
Sujatovich tocan el alma.’Vida, vida siempre, es amanecer’.
Busco un video con esta canción y no hay caso. Algunos impostores
tratan de mediar las palabras, pero no hay caso. Esta canción no acepta
traducciones a media.
Y el invierno arroja su cara, frío, despiadado. ¿Dónde estás en estos
momentos de necesidad? El invierno adelantado se lleva las últimas
hojas. Usualmente todavía quedan unas flores.
No hay accidentes, sólo situaciones coincidentes. Alguien me dijo que
me quiero hacer pasar por lo que no soy. ¿Pero de dónde soy? Soy hijo del exilio. ‘Fuimos valijas de nuestros padres’. Nadie nos preguntó si queríamos irnos o si queríamos volver.
Exámenes de revalidación de estudios, acentos o idiomas nuevos. Paula saltó al vacío algunos años atrás, sola en New York. ¿Qué será de Amparo y esos ojos grandes? Andrés en la lucha eterna contra el sobrepeso.
Somos muy diferentes el uno al otro; quizás lo único en común es que estamos perdidos. Y nos cambiamos de aquí para allá, buscando algo que no podemos encontrar: la paz de regresar. Simple, no tenemos punto de partida.
He sido, soy, un apóstata. Problemas con estructuras y órdenes
predeterminados, dogmas y otras restricciones me han empujado a buscar
alternativas. Puedo estar de acuerdo con el fín–al menos en algunos
casos–pero no con los medios.
Debo también confesar que nunca he podido ‘dar hasta que duela’. Es una seria limitación en la que aún estoy trabajando.
Temo al conformismo, temo a la renuncia total, temo el vivir igual
día tras día. Admiro a los que abrazan la incertidumbre, pero reconozco
que a veces me aterroriza.
En medio de una ensalada de clases, investigación, teniendo que
transferir todos los archivos del Macbook Pro viejo al nuevo,
corrigiendo tareas y por una de esas coincidencias aleatorias iTunes
escupe:
yo mismo soy la nueva moral,
los valores póstumos de la tierra de nadie.
Cuánto tiempo hace que no escuchaba Santiago del Nuevo Extremo en ‘Para comprender lo que viene’ (letra aquí). En el apuro de lo cotidiano olvido muchas veces la vida subyacente:
Tu y yo tenemos miedo y sin quererlo
vivimos esperando algo de los números, de la historia, del tiempo,
de esos gritos en la calle que llaman la libertad.
Vivimos esperando algo que no ha llegado, en ese ‘waiting place’ que tan claramente retrató Dr Seuss.
Esperando que alguien más nos entregue lo prometido, que alguién más se
haga responsable. Basta. Nosotros somos ‘alguién más’, es nuestra
tarea.
Anoche soñé nuevamente con los helicópteros. Pasaban volando bajo y
los veía desde al lado de la Casa de la Cultura. Los jardines de la
famosa casa tenían unas palmeras—y esto no es sueño—donde acostumbraba a
jugar a esconderme con mi amigo Gonzalo. Mirando desde las palmeras
vimos helicópteros que se movían como gigantes lentos. Cierto, esto
tampoco era sueño. Eran hermosos y desconocidos.
Pero estaba hablando de mi sueño… Ahí los helicópteros son dueños de
una soledad espantosa, algo así como los Dementor en Harry Potter, pero
peor, porque son mucho más reales y no son un juego de ficción. Los
helicópteros son viajes forzados (en que uno es equipaje, nadie preguntó
‘quieres ir’ o dió opciones), uniformes, acentos, modismos, timidez,
burla, paisajes extraños—más hermosos que los helicópteros, y una mirada
apátrida.
Claro que puedes estar pensando que Erick Pohlhammer describió los mismos Helicópteros con harto mas gracia:
…hasta que llegaron los helicópteros y los helicópteros
se establecieron desde allí hasta siempre
girando y zumbando como tábanos
de acero los helicópteros
girando sobre nuestros cerebros, zumbando sobre nuestros cerebros
Pero esos no son mis helicópteros, sino que los de Erick, y el tenía
diecisiete y yo era protohumano de seis. Y anoche en serio soñé con mis
helicópteros, lo que sucede a menudo cuando se acerca mi cumpleaños,
cuando la memoria punza desde un rincón.
Cuando sueño con los helicópteros pienso ‘quizás estoy cagado de la
cabeza’, piantao de tango, no quiero transmitir esto a las generaciones
futuras. Siento que tengo que conectar con quienes no he hablado por
años, aunque sea para descubrir que ya no vale la pena. Mi mente vuela
sin restricciones, todo por unos putos helicópteros.