Me pagan por pensar, por descubrir, por inventar cosas extrañas. En sí, no es un mal trato: un sueldo por hacer algo que me gusta. Sin embargo tiene sus desventajas, en que me cuesta desconectarme de estar siempre pensando; mi parte obsesiva domina y eso cansa. Entra el paraíso urbano: el patio de la casa. El terreno de la casa es pequeño (500 m2), pero hay partes que me fascinan, particularmente el rincón de hierbas.
Cuatro tipos de menta, cedrón, tomillo, toronjil, orégano, romero… Uno de los placeres de la vida es regar ese rincón, tocar las hojas y sentir los olores penetrantes. Ver como las plantas crecen y cubren poco a poco más terreno. Ver los pajaros que vienen de visita, pasear a la sombra del Ake Ake.
P.S. Marcela planta las hierbas, yo sólo las riego.
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